Por: José Carlos Nazario
La Comisión Europea ha afirmado que se ha malinterpretado a nivel internacional la llamada directiva de retorno. Mediante la misma se regula, con el fin de armonizar entre los diversos países que componen la Unión Europea, la expatriación de los inmigrantes ilegales.
En nuestro país, dichas declaraciones fueron ratificadas por la embajadora de Francia. El llamado a que “se tranquilicen”, porque “la Directiva” no obliga a cada uno de los veintisiete países a devolver a los inmigrantes, sino que establece un marco de acción homogéneo, se hace escuchar en todos los foros internacionales.
Nuestra inquietud va más allá de la acción (condenable) de repatriar, que debe ser vista desde la óptica de los Derechos Humanos. La visión de una Europa regresando hasta el punto de permitir, en la señalada legislación, que los países puedan retener a los inmigrantes a la espera de expulsión, hasta un máximo de dieciocho meses, me lleva a recordar una de mis lecturas más entusiasta.
En 1830, el poeta, novelista y dramaturgo francés Víctor Hugo, escribía su mundialmente conocida Notre Dame de Paris. La novela se desarrolla alrededor de la catedral del mismo nombre, antigua y simbólica.
En el drama, conocido por la mayoría, se plantea el romance entre una gitana y un soldado. Las pasiones nacionalistas, que siempre nacen del odio y llevan a la desgracia, controlaban el ambiente de la época.
Allí, en una realidad comparable a la que generará para los inmigrantes la disposición de la Unión Europea, se verificaban las condiciones de miseria en que convivían los indocumentados. “Somos unos extranjeros/ unos hombres sin papeles/ Unos hombres y mujeres/ sin domicilio./
Oh Notre Dame/ no nos abandones/ asilo, asilo,/ nosotros somos más de mil/ a las puertas de la ciudad/ y bien pronto seremos/ diez mil y después cien mil/ seremos millones y te pediremos, Notre Dame, asilo, asilo./ Somos nosotros/ los de los pies desnudos”.
Un año y medio de violación de los Derechos Humanos no es, tampoco, algo para alarmarse. A los países latinoamericanos y a sus inmigrantes, la gran mayoría llegados a suelo europeo engañados por mafias (de allá) que les venden un sueño, que no se desesperen, “que se tranquilicen”.
Eso nos dicen quienes sangraron nuestras arcas junto a sus hijos del norte, quienes nos dejaron un fardo, pesadísimo, de desventura y corrupción y que ahora, como entonces, no desean en su suelo la molestosa huella de “nosotros, los de los pies desnudos”.
La Comisión Europea ha afirmado que se ha malinterpretado a nivel internacional la llamada directiva de retorno. Mediante la misma se regula, con el fin de armonizar entre los diversos países que componen la Unión Europea, la expatriación de los inmigrantes ilegales.
En nuestro país, dichas declaraciones fueron ratificadas por la embajadora de Francia. El llamado a que “se tranquilicen”, porque “la Directiva” no obliga a cada uno de los veintisiete países a devolver a los inmigrantes, sino que establece un marco de acción homogéneo, se hace escuchar en todos los foros internacionales.
Nuestra inquietud va más allá de la acción (condenable) de repatriar, que debe ser vista desde la óptica de los Derechos Humanos. La visión de una Europa regresando hasta el punto de permitir, en la señalada legislación, que los países puedan retener a los inmigrantes a la espera de expulsión, hasta un máximo de dieciocho meses, me lleva a recordar una de mis lecturas más entusiasta.
En 1830, el poeta, novelista y dramaturgo francés Víctor Hugo, escribía su mundialmente conocida Notre Dame de Paris. La novela se desarrolla alrededor de la catedral del mismo nombre, antigua y simbólica.
En el drama, conocido por la mayoría, se plantea el romance entre una gitana y un soldado. Las pasiones nacionalistas, que siempre nacen del odio y llevan a la desgracia, controlaban el ambiente de la época.
Allí, en una realidad comparable a la que generará para los inmigrantes la disposición de la Unión Europea, se verificaban las condiciones de miseria en que convivían los indocumentados. “Somos unos extranjeros/ unos hombres sin papeles/ Unos hombres y mujeres/ sin domicilio./
Oh Notre Dame/ no nos abandones/ asilo, asilo,/ nosotros somos más de mil/ a las puertas de la ciudad/ y bien pronto seremos/ diez mil y después cien mil/ seremos millones y te pediremos, Notre Dame, asilo, asilo./ Somos nosotros/ los de los pies desnudos”.
Un año y medio de violación de los Derechos Humanos no es, tampoco, algo para alarmarse. A los países latinoamericanos y a sus inmigrantes, la gran mayoría llegados a suelo europeo engañados por mafias (de allá) que les venden un sueño, que no se desesperen, “que se tranquilicen”.
Eso nos dicen quienes sangraron nuestras arcas junto a sus hijos del norte, quienes nos dejaron un fardo, pesadísimo, de desventura y corrupción y que ahora, como entonces, no desean en su suelo la molestosa huella de “nosotros, los de los pies desnudos”.
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