martes, 15 de junio de 2010

Dame tu pin y por ahí hablamos…


Por: Crystal Fiallo

Soy parte de una generación “entre dos”; así le llamo a mi generación: entre dos mundos. Un limbo entre la tecnología y la creatividad terrenal. Una generación nacida para ser flexible frente a las innovaciones de los años 90 y el nuevo milenio.

Mi generación nació para ser víctima de todo y de nada; nació para vivir buscando el verdadero significado de la felicidad, de lo romántico, de lo simple, de lo complicado, de lo “flash” y de la paciencia. ¡Que dilema! Nacimos bailando las canciones de la Nueva trova pero al ritmo con el que crecía la tecnología de punta. Un híbrido que soñó ser el Cartero de Neruda pero cibernético. Jugué mariposita linda e’, matarile rile rile, pollito Pleiby’, el gallo, Sun sun sun de la juventud, el Ladrón y el policía, el Topao’, Apara y batea, Baronazo, el Econdio’, la Latica, la Botellita, Cero mata cero, Trucamelo, Chicle ma’ chicle, la Vaca lechera, Concentración, el pañuelito, etc… Y mientras jugabamos cualquiera de estos juegos (versión dominicana) no había manera de comunicarnos con nuestros padres, por lo que la única regla era: no llegar a casa después del anochecer.

La tecnología ahí no intervenía; ella hubiese sido una auténtica intrusa. Que poco divertido habría sido jugar “el teléfono” con una bb sonando o chateando la respuesta correcta al final de la cadena de oídos; que fracaso habría sido revelar, con un chat, los escondites de nuestros amigos que con tanto entusiasmo estudiaban los rincones más inhóspitos para ocultar sus cuerpos y no ser hallados por quien “se quedaba”. Escuchar el “pisa colá” por una revelación desleal de un bb chat hubiese quebrantado la magia.

Recuerdo ver al papá de una compañera de colegio, en el 5to curso (10 años de edad), llevar en su pantalón el celular gigantesco blanco aquel (ese mismo, el del hombre del celular de Ritmo del Sábado), seguido de un waooooo colectivo, y mi amiga decir: “es que mi papá es médico”.

Entonces su respuesta siguió un ahhhhh colectivo nuevamente. No muchos años después llegaron los beepers, la llegada de una compañía europea que masificó los teléfonos moviles, y luego ya no sigo el cuento porque todos y todas somos testigos del parto masivo de los científicos, pariendo creaciones que invadieron nuestra isla, algunas útiles, otras inútiles.

Debo confesar ser víctima de la tecnología, al igual que muchos, pero la impersonalidad de los nuevos artefactos ‘rompe grupos’ y poco románticos me tienen un poco preocupada. Recuerdo que el IRC y el Messenger fueron un fenómenos que ayudaron a los ‘pariguayos y pariguayas’ (perdón si ofendo) que temían enfrentar el rechazo de una chica o un chico. Se escudaban en aquellos medios de comunicación para hacer de sus dedos los verdaderos conquistadores de sus presas. Está bien, ya eso lo aceptamos y hemos tenido que vivir con eso.

Pero que estemos en una mesa, 5 personas, y todos y todas estemos mirando nuestros celulares pendientes a cualquier novedad del chismebook, perdón, Facebook, o un chat, o un texto o un tweet, ese es el colmo; que un hombre o una mujer te invite a salir o que se comunique únicamente por esa vía tan sólo para evitar gastos o por vagancia, no tiene excusa. Ya los teléfonos residenciales ni suenan.

Negar que estos aparatos tienen cientos de aspectos positivos sería descabellado, pero esa no es la parte que le preocupa a quien escribe; con este escrito pretendo que reflexionemos sobre como estos avances tecnológicos pueden también convertirse en atrasos sociales.

Me pregunto: ¿Dejaremos que nos venzan las nuevas tecnologías? ¿Los usuarios de las nuevas redes sociales prefieran escribir algo antes que hacer algo?; ¿prefieran buscar reconocimiento o simplemente exponer sus misterios para poder socializar y hacer nuevos amigos? ¿Saben los hombres el efecto aniquilador que tiene una sonrisa, una flor o una mirada, contrario a enviar un emoticón que no representa esfuerzo alguno? ¿Acaso no estamos conscientes de que no podemos verdaderamente comprobar lo que alguien escribe pero sí lo que una persona hace, y que esa salida del anonimato no es mas que cubrir el hecho de que la tecnología nos hace cada vez actuar más impersonales?

Una cercanía virtual produce una lejanía corporal. Pero, si quieres podemos seguir este artículo más tarde, dame tu pin y por ahí hablamos.

Si fuéramos tontos/as


Por: Millizen Uribe

A Alexander Mundaray, un joven activista serio y cristiano un policía intentó agredirlo y apresarlo porque estaba tirado en el suelo del Parque Duarte. A Hécmilio Galván, un joven economista, también activista social porque junto a otros jóvenes intentaron hacer en el Parque Duarte una actividad denominada “La Otra Feria: República Dominicana desde adentro” en la que buscaban expresar su visión acerca de los problemas políticos económicos sociales del país. A mí porque estaba realizando, junto a otro grupo de personas, un foro acerca de las implicaciones del Tratado de Libre Comercio en la República Dominicana.

Como verán respecto a este parque hay toda una cultura de represión montada. La misma se sustenta en prejuicios y estigmas acerca de la juventud y de las personas que son diferentes. Así, el simple hecho de que una persona lleve el pelo de una manera diferente, o use prendas no convencionales lo convierte en un “agente sospechoso” y “digno de atropello” para fuerzas policiales, políticas y religiosas. Y esto obviamente es una actitud discriminatoria que atenta contra los derechos humanos de las personas y que entra en clara violación a la constitución dominicana, específicamente al artículo 8 en lo que se refiere a la libertad de tránsito, de conciencia, de cultos y de asociación.

Y aunque es probable que en el Parque Duarte puede haber personas que incurran en algunos excesos, esa no ha sido y no es la generalidad. Además de que esto nada tiene que ver con el lugar, por lo que igual podría pasar en otros sitios.

Además, se nota que quienes detractan este parque es porque les choca la libertad o porque quizás no lo conocen porque lo cierto es que este es uno de los lugares más mágicos y encantadores de esta zona. Ha sido y es un escenario importante de grandes luchas sociales y políticas, de encuentros profesionales y de amistad y, por qué no, de diversión.

Claro, si fuésemos tontos creeríamos que sí, que el problema de este país es este parque, o cómo un joven decida llevar el cabello, o el corto de la falda de una chica o el sexo de la persona con la que aquel o aquella decide acostarse. Pero no somos tontos/as. Por eso sabemos que la forma de vestir o las preferencias sexuales de las personas que frecuentan este espacio público no es el tema que debería ocupar la atención pública. Sino más bien la corrupción, el uso de los recursos públicos para beneficio personal, para comprar conciencias, para comprar votos.

También la ineficiencia del sistema de educación, de salud, de lo caro cuando la modalidad es privada. O de cómo mientras un grupo de dominicanos tienen hasta hélipcoteros privados para “no coger tapones” hay otros que se acuestan en la calle, sobre un pedazo de cartón y sin comer, simplemente porque no tienen dinero. También deberíamos hablar de la poca capacidad gubernamental para responder a un eventual desastre natural. O como cuando se prevén sequías y escasez del agua para el año 2025 el gobierno regala nuestros recursos naturales.

Y si es que la moralidad les interesa tanto a estos sectores, tanto así como para obviar estos problemas y querer participar de una campana pro rescate de la moral y de las buenas costumbres, sería recomendable una visita por el Congreso Nacional, por el Palacio Nacional y por muchas empresas privadas pues en estos sitios sí que se cometen y se aprueban barbaridades e inmoralidades.

Que hagan esto y que dejen al Parque Duarte, a sus aires de libertad y a sus visitantes en paz, ¡Total! Este parque es tan seguro que, a juzgar por los últimos acontecimientos, un niño estaría mucho más seguro aquí, que en una iglesia.