Por: José Carlos Nazario
En estos días el senador Wilton Guerrero ha demostrado ser un hombre responsable. Ha manifestado su arrojo, como en su momento ha ocurrido con muchos hombres y mujeres en nuestro país.
En esta ocasión sin embargo, se le ha querido asumir como un vengador justiciero que interpela sin miramientos prácticas que por diversas razones son motivo de alarma. Esta búsqueda por parte diversos líderes de opinión de presentarlo como un superhombre puede parir frutos podridos.
El tema de la droga, por su carácter complejo, su factura violenta, pero sobre todo, su condición de medio de ascenso económico de sectores, para muchos, de incómoda ralea, es bastante sensible en nuestro país.
Otras voces han tomado este discurso, en tiempos pasados, con fines de ensombrecer reputaciones y ganar prestigio sin mérito alguno, asumiéndose como héroes. No sucede de la misma manera con asuntos de la misma gravedad.
Tristemente, temas de importancia capital, son simplemente obviados por la opinión pública, sin más. No hemos escuchado, en ese sentido, la voz de ningún notable levantarse contra la evidencia de fraude, que desde todos los sectores tradicionales se exhibe a la hora de practicar el clientelismo político.
Esta aberración, como la que denuncia el Senador de Peravia, es tan común en su pueblo como en cada provincia del territorio nacional. Nadie habla del lavado de activos como motor del crecimiento económico acelerado en los últimos años y su incidencia en que dicho crecimiento no toque fondo y se traduzca en desarrollo y bienestar social.
Nadie dice nada ante la pantomima que nos han montado en torno a los condenados del caso Baninter.
De ninguna manera cuestionamos la legitimidad y el derecho del valiente legislador a denunciar las cuestiones que considere. Para nosotros es un honor compartir la calidad de ciudadano con un hombre de su talante.
Ahora bien, la respuesta a su conducta es más preocupante que positiva para la salud de nuestra república. El solo hecho de que hoy día, según él mismo ha asegurado, su cabeza tenga precio, nos permite comprobar el saldo de esa actitud. Erigir héroes en sociedades que son o aspiran a ser democráticas, no es otra cosa que una muestra de fractura. Los titanes, en los regímenes republicanos deben ser relegados al plano de las leyendas.
Lo que queremos decir es que nos oponemos a que ese Guerrero senador corra la misma suerte de su colega, olvidado por casi todos, Darío Gómez y su causa sea enterrada junto a la inercia de su cuerpo. No. El heroísmo tiene serios y nocivos efectos.
Hace poco escuché al antiguo dirigente reformista Víctor Gómez Bergés decir, que las sociedades como la nuestra, con gran debilidad institucional, deben respetar y poner en buen sitial a sus figuras notables.
Consideramos que su proposición es equivocada. Crear y fortalecer instituciones, promover cultura institucional y derribar los altares cimentados en grandes hombres, para que cada ciudadano y ciudadana se convierta en un pequeño héroe en ejercicio de sus facultades, es nuestra propuesta. Para esto, se hace necesario, más que preservar a los “respetables”, cuestionarlos, asumir que cada uno actúa, como Wilton, como un simple ciudadano.
En estos días el senador Wilton Guerrero ha demostrado ser un hombre responsable. Ha manifestado su arrojo, como en su momento ha ocurrido con muchos hombres y mujeres en nuestro país.
En esta ocasión sin embargo, se le ha querido asumir como un vengador justiciero que interpela sin miramientos prácticas que por diversas razones son motivo de alarma. Esta búsqueda por parte diversos líderes de opinión de presentarlo como un superhombre puede parir frutos podridos.
El tema de la droga, por su carácter complejo, su factura violenta, pero sobre todo, su condición de medio de ascenso económico de sectores, para muchos, de incómoda ralea, es bastante sensible en nuestro país.
Otras voces han tomado este discurso, en tiempos pasados, con fines de ensombrecer reputaciones y ganar prestigio sin mérito alguno, asumiéndose como héroes. No sucede de la misma manera con asuntos de la misma gravedad.
Tristemente, temas de importancia capital, son simplemente obviados por la opinión pública, sin más. No hemos escuchado, en ese sentido, la voz de ningún notable levantarse contra la evidencia de fraude, que desde todos los sectores tradicionales se exhibe a la hora de practicar el clientelismo político.
Esta aberración, como la que denuncia el Senador de Peravia, es tan común en su pueblo como en cada provincia del territorio nacional. Nadie habla del lavado de activos como motor del crecimiento económico acelerado en los últimos años y su incidencia en que dicho crecimiento no toque fondo y se traduzca en desarrollo y bienestar social.
Nadie dice nada ante la pantomima que nos han montado en torno a los condenados del caso Baninter.
De ninguna manera cuestionamos la legitimidad y el derecho del valiente legislador a denunciar las cuestiones que considere. Para nosotros es un honor compartir la calidad de ciudadano con un hombre de su talante.
Ahora bien, la respuesta a su conducta es más preocupante que positiva para la salud de nuestra república. El solo hecho de que hoy día, según él mismo ha asegurado, su cabeza tenga precio, nos permite comprobar el saldo de esa actitud. Erigir héroes en sociedades que son o aspiran a ser democráticas, no es otra cosa que una muestra de fractura. Los titanes, en los regímenes republicanos deben ser relegados al plano de las leyendas.
Lo que queremos decir es que nos oponemos a que ese Guerrero senador corra la misma suerte de su colega, olvidado por casi todos, Darío Gómez y su causa sea enterrada junto a la inercia de su cuerpo. No. El heroísmo tiene serios y nocivos efectos.
Hace poco escuché al antiguo dirigente reformista Víctor Gómez Bergés decir, que las sociedades como la nuestra, con gran debilidad institucional, deben respetar y poner en buen sitial a sus figuras notables.
Consideramos que su proposición es equivocada. Crear y fortalecer instituciones, promover cultura institucional y derribar los altares cimentados en grandes hombres, para que cada ciudadano y ciudadana se convierta en un pequeño héroe en ejercicio de sus facultades, es nuestra propuesta. Para esto, se hace necesario, más que preservar a los “respetables”, cuestionarlos, asumir que cada uno actúa, como Wilton, como un simple ciudadano.
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