Por: Millizen Uribe
Un mensaje que consiste en una voz de alarma que dice: ¡dominicanos tienen que avanzar!
Olga, Noel y Gustav han sido una especie de astilla que insiste en romper la burbuja del supuesto desarrollo y progreso que gritan las voces presidenciales, y que se supone confirman algunos numeritos de agencias internacionales y una que otra secretaría local.
Sin embargo, es un desarrollo que se queda en las cúpulas, en las oficinas donde se emiten esas estadísticas y en el pago de sueldos y viáticos a sus realizadores. En las jeepetas, trajes, viajes y almuerzos en lujosos restaurantes que realizan los funcionarios públicos.
Es un progreso que no llega al ciudadano común. Precisamente esto es lo que una vez más se ha evidenciado con el paso del huracán Gustav, el cual nos ha recordado nuestra vulnerabilidad ante la naturaleza, vulnerabilidad que si bien es cierto que es natural, no es menos cierto que las deficiencias institucionales la acentúan.
Así, el hecho de que la mayoría de los dominicanos vivan en casuchas de madera y zinc, mucha de ellas situadas a orillas de ríos, en medio del mismo fango, y que miles de familias dominicanas estén en condiciones de hacinamiento empeora las consecuencias del impacto de los desastres naturales sobre el país.
Es por esto que un país ubicado en el trayecto del sol, pero también en el de los huracanes, debería de considerar ya mismo tomar medidas que trasciendan la coyuntura y que sean de carácter permanente.
Y en la causa de este tema como en otros aparece como eje transversal la pobreza y las desigualdades sociales, económicas y políticas que acarrea.
Porque es que más allá de la construcción de torres lujosas y de fastuosos metros cuando un huracán viene y una madre y seis de sus hijos pierden la vida consecuencia de un derrumbe, es más que el momento adecuado para cuestionar el crecimiento económico, el desarrollo y la seguridad ciudadana.
Por eso antes de que Hanna, Ike, y otros fenómenos naturales vengan a, una vez más, restregarnos en la cara nuestra miseria, quizás sea hora de que en los planes de gobierno la eliminación de la pobreza y por ende la construcción de viviendas dignas constituya el objetivo principal de la nación dominicana, y por ende de sus gobernantes.
Con sus vientos huracanados de 120 km/h Gustav vino a recordarnos el mensaje que justamente el año pasado nos dieron las tormentas Olga y Noel.
Un mensaje que consiste en una voz de alarma que dice: ¡dominicanos tienen que avanzar!
Olga, Noel y Gustav han sido una especie de astilla que insiste en romper la burbuja del supuesto desarrollo y progreso que gritan las voces presidenciales, y que se supone confirman algunos numeritos de agencias internacionales y una que otra secretaría local.
Sin embargo, es un desarrollo que se queda en las cúpulas, en las oficinas donde se emiten esas estadísticas y en el pago de sueldos y viáticos a sus realizadores. En las jeepetas, trajes, viajes y almuerzos en lujosos restaurantes que realizan los funcionarios públicos.
Es un progreso que no llega al ciudadano común. Precisamente esto es lo que una vez más se ha evidenciado con el paso del huracán Gustav, el cual nos ha recordado nuestra vulnerabilidad ante la naturaleza, vulnerabilidad que si bien es cierto que es natural, no es menos cierto que las deficiencias institucionales la acentúan.
Así, el hecho de que la mayoría de los dominicanos vivan en casuchas de madera y zinc, mucha de ellas situadas a orillas de ríos, en medio del mismo fango, y que miles de familias dominicanas estén en condiciones de hacinamiento empeora las consecuencias del impacto de los desastres naturales sobre el país.
Es por esto que un país ubicado en el trayecto del sol, pero también en el de los huracanes, debería de considerar ya mismo tomar medidas que trasciendan la coyuntura y que sean de carácter permanente.
Y en la causa de este tema como en otros aparece como eje transversal la pobreza y las desigualdades sociales, económicas y políticas que acarrea.
Porque es que más allá de la construcción de torres lujosas y de fastuosos metros cuando un huracán viene y una madre y seis de sus hijos pierden la vida consecuencia de un derrumbe, es más que el momento adecuado para cuestionar el crecimiento económico, el desarrollo y la seguridad ciudadana.
Por eso antes de que Hanna, Ike, y otros fenómenos naturales vengan a, una vez más, restregarnos en la cara nuestra miseria, quizás sea hora de que en los planes de gobierno la eliminación de la pobreza y por ende la construcción de viviendas dignas constituya el objetivo principal de la nación dominicana, y por ende de sus gobernantes.
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