Por: José Carlos Nazario
Las últimas elecciones fueron preparadas, desde el punto de vista administrativo, con bastante eficacia. A su organización no corresponden los vicios, ni las oportunísimas críticas, que se le puedan endilgar al recién terminado torneo. Sin embargo, hemos vuelto a cojear de la misma pata.
Desde hace tiempo nos vienen señalando, distintos sectores y personajes, del peligro que supone la simplificación de los procesos políticos, reducidos al plano electoral. El peligro, claro y vislumbrado por todos, reside en el debilitamiento del sistema de partidos, que daría paso a una crisis, de la que puede surgir una cura, pero también una enfermedad más grave.
Nadie con cierto indicio de visión crítica puede establecer que de las elecciones del 16 de mayo pasado salen fortalecidos los partidos.
Aquellas maquinarias que hace diez años observaban un accionar lleno de propuestas realizables y que algunos, incluso, llegaron a concretar, hoy se ven diezmadas en su esencia y tienen que recurrir a mecanismos burdos para sostener su presencia en la competencia.
Su debilitamiento -el de los partidos- les hace recurrir al clientelismo, el rentismo, la compra de conciencia y de cédulas para poder empujar en la carrera por conquistar el poder. Al alcanzarlo o mantenerlo, los componentes de dichas maquinarias se convierten en agentes de intereses creados o se pliegan al servicio de quienes les respaldan económicamente, que representan, en su mayoría, intereses minoritarios.
Se debilita, por un lado y desde varios francos, internos y externos, el partido que parece más fortalecido, por haber obtenido un porcentaje mayor en la contienda.
El oficialismo, hoy, cuenta con unos adeptos fruto del oportunismo, carentes de disciplina, que sin duda van a tropezar con muchas de las cuestiones que fortalecen la lógica partidaria del PLD. Ante la disyuntiva que se presenta en la necesidad de buscar espacio para dichos nuevos adeptos, se prevé una crisis interna sin precedentes en dicha organización.
El Partido Revolucionario Dominicano sale, también aparentemente, fortalecido en números en la contienda pasada; pero su debilidad reside en el fantasma de las luchas internas que siempre ha estado en su seno.
Hipólito Mejía y su eternamente activo PPH intentarán a toda costa desplazar a un Miguel Vargas Maldonado que, aún siendo un candidato débil y con visibles talones de Aquiles, logró, sin entrar en juicios sobre sus medios, alcanzar casi un cuarenta por ciento de los votos. Esta lucha interna podrá sin duda terminar en un resquebrajamiento -otro más- en la dirigencia y militancia blanca.
Del Partido Reformista Social Cristiano podemos decir que cumplió su ciclo político e incluso electoral. A dicha organización, por diversos factores históricos, políticos y sociales, le ha sido decretado el destino de la desaparición del espectro de los llamados “partidos mayoritarios”. Su tradición derechista y estatista ha sido absorbida, por un lado por Leonel Fernández y por otro, por el sector conservador y mayoritario a lo interno del PRD, representado por Hipólito Mejía.
Observando la situación y pasado un término de mediano plazo, desgastadas estas figuras por el poder o por la propia lógica de su proceder, que no es sostenible a largo plazo por tratarse de simples ofertas inmediatistas y clientelares, surgirá el espacio para una alternativa de carácter liberal que conciba el Estado y la política de una forma distinta.
Dicha opción, que deberá ser fraguada bajo la concepción política del convencimiento de sectores que tradicionalmente no se han involucrado en actividades políticas, podría erigirse como una alternativa política de filosofía progresista y compromiso ético y social, como podría, también, surgir de un esfuerzo populista, que no diera los frutos más deseados y que siga condenando nuestro país a la indignidad y la desigualdad.
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