Por: Millizen Uribe
Después de la resaca electoral, de la celebración, del triunfo. De la alegría que provoca ver el casi cumplimiento del sueño de Martín Luther King, nos queda la no simpática pero sí necesaria tarea de reflexionar acerca del significado de la victoria de Obama.
Y es que la separación de lo racional de lo emocional es una labor dura, pero necesaria. Por lo que creo que desde ahora debemos estar claro, para evitar futuras decepciones, de que Estados Unidos amerita cambios que no dependen de un hombre, sino más bien de todo el pueblo, de toda la estructura.
Es por esto que, independientemente de la buena voluntad que pueda tener Obama, creo que hasta él mismo está consciente de que hay situaciones estructurales que podrían interferir en el cumplimiento de todos sus sueños, de todas sus metas.
Temas como la recuperación de la economía estadounidense, la guerra de Irak, la política migratoria, la firma o no de Tratados de Libre Comercio y la política exterior hacia Cuba y Venezuela se presentan cómo aspectos claves del gobierno de Obama.
En todos estos hay de fondo una política nacional, un modus operandi que más que Republicano o Demócrata es estadounidense. Sin embargo, precisamente sobre estos tópicos Obama ha trazado su línea del cambio.
Y aquí surge la pregunta ¿Gobernará Obama siguiendo el manejo tradicional de la gran mayoría de los gobernantes estadounidenses o cumplirá con sus promesas de campaña? Esencialmente en la respuesta a esta pregunta está la cuestión, pues en el caso de que él decida llevar el cambio hasta las últimas consecuencias, perdería el respaldo de los políticos tradicionales y dice la voz popular que, al igual que Kennedy, hasta la vida.
Por el otro lado, si modera su política en función de lo que el sistema le permite hacer, las personas que hoy lo aclaman y lo apoyan se decepcionarían y su popularidad descendería.
Esto provocaría una situación muy similar a la que ha pasado con algunos presidentes de Suramérica y Centroamérica, tales como Daniel Ortega, Tabaré Vázquez y Martín Torrijos, entre otros, quienes llegaron al poder con un gran respaldo popular pero que ya hoy día las encuestas revelan que sus gobiernos lucen poco simpáticos, pues no han tomado las medidas que las personas entienden.
Estos casos sólo demuestran que sí, que el cambio es aclamado, posible y necesario, pero que este, aunque este impulsado, motorizado y sustentado por hombres y mujeres, debe ser un cambio de raíz, un cambio de las estructuras, un cambio de sistemas.
Y es que la separación de lo racional de lo emocional es una labor dura, pero necesaria. Por lo que creo que desde ahora debemos estar claro, para evitar futuras decepciones, de que Estados Unidos amerita cambios que no dependen de un hombre, sino más bien de todo el pueblo, de toda la estructura.
Es por esto que, independientemente de la buena voluntad que pueda tener Obama, creo que hasta él mismo está consciente de que hay situaciones estructurales que podrían interferir en el cumplimiento de todos sus sueños, de todas sus metas.
Temas como la recuperación de la economía estadounidense, la guerra de Irak, la política migratoria, la firma o no de Tratados de Libre Comercio y la política exterior hacia Cuba y Venezuela se presentan cómo aspectos claves del gobierno de Obama.
En todos estos hay de fondo una política nacional, un modus operandi que más que Republicano o Demócrata es estadounidense. Sin embargo, precisamente sobre estos tópicos Obama ha trazado su línea del cambio.
Y aquí surge la pregunta ¿Gobernará Obama siguiendo el manejo tradicional de la gran mayoría de los gobernantes estadounidenses o cumplirá con sus promesas de campaña? Esencialmente en la respuesta a esta pregunta está la cuestión, pues en el caso de que él decida llevar el cambio hasta las últimas consecuencias, perdería el respaldo de los políticos tradicionales y dice la voz popular que, al igual que Kennedy, hasta la vida.
Por el otro lado, si modera su política en función de lo que el sistema le permite hacer, las personas que hoy lo aclaman y lo apoyan se decepcionarían y su popularidad descendería.
Esto provocaría una situación muy similar a la que ha pasado con algunos presidentes de Suramérica y Centroamérica, tales como Daniel Ortega, Tabaré Vázquez y Martín Torrijos, entre otros, quienes llegaron al poder con un gran respaldo popular pero que ya hoy día las encuestas revelan que sus gobiernos lucen poco simpáticos, pues no han tomado las medidas que las personas entienden.
Estos casos sólo demuestran que sí, que el cambio es aclamado, posible y necesario, pero que este, aunque este impulsado, motorizado y sustentado por hombres y mujeres, debe ser un cambio de raíz, un cambio de las estructuras, un cambio de sistemas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario