Por: José Carlos Nazario
Cuando la ciudadanía elige entre opciones deja un claro sabor de preferencia en las papilas gustativas del entramado social. Por esto, cuando se extienden o profundizan los derechos de elegir la idea de democracia y de Estado de Derecho se hace más cercana. Más palpable se hace, también, la idea de la representatividad.
Esto y la realidad de que tenemos partidos políticos cada día menos representativos y legitimados nos hace temer ante la propuesta de los altos funcionarios de la Junta Central Electoral que plantean revisar el ‘voto preferencial’.
La mencionada modalidad de elección es la profundización del derecho de los ciudadanos para elegir y ser elegido ante el Congreso Nacional y sería nuestro deseo, que se ampliara a los ayuntamientos. Con esto, la determinación de quienes llegan al Estado está dotada por la aprobación partidaria y además es ratificada por la ciudadanía.
El reto, a nivel congresional, reside en el derribo de las barreras sistémicas que impiden que candidatos de fuerzas políticas minoritarias alcancen una curul, debido a que el ‘voto preferencial’ está regido por un sistema de mayorías partidarias que no necesariamente obedece al sentir ciudadano. Superado esto, el poder ciudadano contrapesa ante el poder del partido político.
Considerando las veleidades y circunstancias que han caracterizado, durante los últimos años, al proselitismo y el activismo partidario, nos parece más útil que la Junta Central Electoral se proponga a diseñar mecanismos para prevenir la práctica clientelar y las dificultades del sistema para romper con la inercia y lograr catalizar nuevas fuerzas políticas para inyectar contenido a la vida pública nacional.
El voto preferencial es una conquista que fortalece el poder ciudadano, querer revisarlo para eliminarlo, es culpar a los ciudadanos por las incompetencias y vicios partidarios. No nos damos cuenta que elegir es preferir y para esto, necesitamos opciones superiores. La fiebre, una vez más, no está en las sábanas.
Cuando la ciudadanía elige entre opciones deja un claro sabor de preferencia en las papilas gustativas del entramado social. Por esto, cuando se extienden o profundizan los derechos de elegir la idea de democracia y de Estado de Derecho se hace más cercana. Más palpable se hace, también, la idea de la representatividad.
Esto y la realidad de que tenemos partidos políticos cada día menos representativos y legitimados nos hace temer ante la propuesta de los altos funcionarios de la Junta Central Electoral que plantean revisar el ‘voto preferencial’.
La mencionada modalidad de elección es la profundización del derecho de los ciudadanos para elegir y ser elegido ante el Congreso Nacional y sería nuestro deseo, que se ampliara a los ayuntamientos. Con esto, la determinación de quienes llegan al Estado está dotada por la aprobación partidaria y además es ratificada por la ciudadanía.
El reto, a nivel congresional, reside en el derribo de las barreras sistémicas que impiden que candidatos de fuerzas políticas minoritarias alcancen una curul, debido a que el ‘voto preferencial’ está regido por un sistema de mayorías partidarias que no necesariamente obedece al sentir ciudadano. Superado esto, el poder ciudadano contrapesa ante el poder del partido político.
Considerando las veleidades y circunstancias que han caracterizado, durante los últimos años, al proselitismo y el activismo partidario, nos parece más útil que la Junta Central Electoral se proponga a diseñar mecanismos para prevenir la práctica clientelar y las dificultades del sistema para romper con la inercia y lograr catalizar nuevas fuerzas políticas para inyectar contenido a la vida pública nacional.
El voto preferencial es una conquista que fortalece el poder ciudadano, querer revisarlo para eliminarlo, es culpar a los ciudadanos por las incompetencias y vicios partidarios. No nos damos cuenta que elegir es preferir y para esto, necesitamos opciones superiores. La fiebre, una vez más, no está en las sábanas.
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