viernes, 28 de marzo de 2008

De lobos y ovejas

Por: José Carlos Nazario

El clima se ofrece convulso. Los llamados a retirarse de las elecciones, a protestar en las calles y las acusaciones de unos contra otros no se alejan del mismo tono.

Ese bullicio desagradable que combina la disco light con el uso de los recursos estatales y privados para imponer intereses ajenos al bienestar social no es mas que la sinceridad de un modo de hacer las cosas; un producto mas de nuestro inmovilismo ciudadano.


Mientras pasa la comparsa, una minoría, asqueada, observa como se desmorona cualquier indicio de esperanza en la imposibilidad que les da a los actores dignos el indignante sistema operacional.


Una imposibilidad fáctica, no de voluntad, un impedimento que anteriormente creíamos comodidad, lo que la realidad ha desmentido crudamente, nos ata de manos y pies. Quien no se embarra de las formas del activismo actual no alcanza poder.


El poder es la vía de la transformación política y social. Por tanto, cerrada cualquier brecha de entrada para individuos que pretendan, con la probidad, incursionar avanzando, nos queda simplemente la espera. El sufrimiento, lento quizás, de los coletazos del monstruo que nosotros mismos creamos.


La política no involuciona, se transparenta. Las criticadas malas artes no son asunto administrativo, sino sistémico. Los que critican carecen de la calidad moral para hacerlo y quienes se pretenden erigir como salvadores de la decencia no resguardan siquiera su honra propia al actuar.


El sistema es una bomba de tiempo y no existe fuerza individual ni liderazgo que pueda detener el explosivo trance que nos aguarda. La energía colectiva que componen los ciudadanos puede revertir el proceso y empezar por exigir lo que merecemos. Los valores que antes identificábamos como esenciales hoy no nos sirven.


Nos vemos ante una clase gobernante que en el poder y la oposición sirve a quien la empuja. El empresariado, por una parte, la burocracia, por otra. Todos se mueven en el engranaje social engrasando sus poleas, corrompiendo y siendo corrompidos.


Esta realidad no asombra, sino que envilece a quien sentado en el sillón, en la comodidad de su escritorio, en el disfrute del acondicionador de aire, no siente en su carne los golpes que luego irán a sonar en su puerta.


Ya el asunto no se trata de la indiferencia, sino de la necesidad irrenunciable de salvarnos. Con tristeza lo afirmamos. Ya no es un sueño, sino la supervivencia individual lo que impulsará el cambio. El peligro esta en que nos vuelvan a vender gato por liebre. Ojala no se haga demasiado tarde.

1 comentario:

  1. Jose Carlos, te recuerdo las palabras de Albert Einstein, quien nos enseñó que: "si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre."

    En el fondo, sin embargo, comparto tus criterios.

    Un abrazo,
    Luis Gil Abinader

    ResponderEliminar