Debo de confesar que nunca mi corazón ha albergado mucha simpatía por usted, ya que, para su buena suerte o para su desgracia, usted ascendió al poder en la época en que yo perdía la ingenuidad de la niñez y adquiría la lucidez de la adolescencia.
Además, por esa misma fecha comenzaba a cultivar el amor por el periodismo, por lo que me mantenía dándole seguimiento a las noticias.
Fue así como me enteré que usted subió al poder fruto de un acuerdo entre su partido con el fenecido Joaquín Balaguer.
El mismo Balaguer que durante toda una vida había ofendido, maltratado y antagonizado ideológica y moralmente con Juan Bosch, hasta ese momento su líder, doctor Fernández. (Hoy ya sabemos que su verdadero líder político es otro).
Asimismo, vi como usted --que presidía un gobierno de un partido que teórica y verbalmente se había definido como “una negación de las prácticas clientelistas, populistas e individualistas, cuyo propósito declarado es construir una organización para completar la obra de Juan Pablo Duarte: lograr una patria libre, soberana e independiente, en la cual impere la Justicia social y el respeto a la dignidad humana”-- justificaba la creación del PEME y gobernaba con voracidad fiscal.
También he de confesar que en la actualidad se me hace difícil creerle el cuento de que “E pa’ lante que vamo”, cuando cifras de organismo internacionales, en este caso de la UNICEF, confirman lo que cada dominicano ve a simple vista: “que un 42.2 por ciento de la población dominicana vive en la pobreza, mientras el 8 por ciento vive en pobreza extrema”.
Sin embargo, he de ser sincera, por lo que he de decir que cuando vi su desempeño en la XX Cumbre del Grupo de Río no pude evitar sentirme orgullosa del manejo y la altura con la que usted, en representación de mi país, enfrentó la discusión entre los presidentes de Colombia, Ecuador y Venezuela.
Eso me hizo pensar que quizás ese Leonel que vimos en la Cumbre era una última muestra de aquel joven de origen humilde que nació en el barrio de Villa Juana, en el que conoció las carencias de los sectores marginados.
Que era aquel catedrático de la universidad del pueblo, de quien me hablaron muchos de mis profesores, señalándome que él había impartido docencia en esa misma aula en la que todavía no había suficientes butacas y las paredes aún lucían deterioradas.
Aquel joven, que al igual que yo, en muy poco tiempo, devoró a Cien años de Soledad, y a quien Juan Bosch eligió como compañero de boleta.
Confieso que me pregunté por el destino de aquel Leonel, y mi respuesta fue: “bien lejos”, pues no se explica que la persona con estos antecedentes sea la misma que hoy preside un gobierno que no muestra interés en el factor humano.
Un gobierno que concentra todas sus energías y sus recursos en “megaobras” que no resuelven las necesidades principales del pueblo dominicano, entiéndase: salud, educación, alimentación, vivienda, seguridad ciudadana, entre muchísimas otras.
Un gobierno de lo ficticio, que hace uso exagerado del marketing para vender la idea que estamos en un país desarrollado, cuando la realidad demuestra que la computadora que se dona en un campo no le da de comer al niño y no provee de empleo a su padre, por lo que no constituye ningún símbolo de progreso.
Y si acaso es el poder corruptor el responsable de su cambio, imagino que usted ha de desear destruirlo tanto como yo, al menos que ese poder sólo haya sacado a flote su verdadero yo.
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