lunes, 18 de agosto de 2008

Senador, civilización o barbarie

Por: José Carlos Nazario

Apelaremos al dilema de Sarmiento para tocar una temática que siempre ha encendido las pasiones de las mayorías. Son muchas las personas que muestran su opinión favorable hacia las vías de hecho, que suponen la toma de la justicia de la población por sus propias manos.

Entendemos que, desde la óptica de un desentendido de los meollos de la vida social y de las cuestiones políticas, en un bar o en un estadio, un particular se exprese en esos términos.
Sin embargo, nos parece un exceso que sea un Senador, una autoridad cuyas acciones debieran buscar donar ejemplos a la población y proponer políticas públicas en busca de soluciones en el Congreso Nacional, quien sustente estas opiniones públicamente.

El ius punendi, desde los primeros intentos teóricos por explicar el Estado y su surgimiento, ha sido una facultad exclusiva de este organismo, cuyo deber es organizar jurídica y políticamente la nación.

El Estado posee y debe administrar correctamente el monopolio sobre la violencia. En tiempos remotos, cuando en Estados Unidos, el juez del Estado de Virginia Charles Lynch, ordenó en 1780, la ejecución de una banda sin dar lugar a juicio, la sociedad estadounidense no contaba con los mecanismos suficientes para combatir las cuestiones que le afectaban.

Por aquellos años regía aún la ley del revólver. Ni siquiera había sido proclamada la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

A casi doscientos treinta años de aquellos hechos un legislador del “Congreso para el progreso” le pide a la población que utilice aquellos medios arcaicos.

Hoy, cuando tratamos de adentrarnos en los debates por sembrar avances institucionales y en tiempos en los que nuestro Presidente nos habla del Estado Social y Democrático de Derecho, nos parece tozudo proponer los linchamientos.

Plagadas de populismo y falta de tacto se muestran las declaraciones del Senador, que teniendo en su favor herramientas poderosísimas que permitirían cambiar el estado de cosas, prefiere llamar a la población al respaldo de los llamados linchamientos.

Al parecer, aquella pregunta abierta que nos presentaba el intelectual y mandatario argentino Domingo Faustino Sarmiento en su novela, está aún sin contestar. Nos ofrecen, sin permitirnos elegir otra opción, la barbarie, como salida a la propia ineficiencia del Estado.

Nos proponen ensangrentar las manos de la ciudadanía para detener una criminalidad que nace de la inequidad generada paulatina y voluntariamente por las nefarias administraciones de los poderes estatales.

Cuando el senador hace un llamado a los linchamientos no recuerda que muchos de los personajes de su entorno podrían ser linchados por actos delictivos.

El perfil del delincuente, en nuestros días, no es el mismo que se manejaba, a posta, en los tiempos del Balaguer autoritario que servía de chivo expiatorio para las fechorías de muchos.

Trabajemos pues, para prevenir el delito, atacándolo por sus causas y combatiéndolo por las vías que el Estado de Derecho y la civilización nos proporciona.

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