Por: José Carlos Nazario
El economista Joseph E. Stiglitz dijo en una entrevista reciente que “la crisis de Wall Street es para el fundamentalismo de mercado, lo que la caída del muro de Berlín para el comunismo”. Esta frase marca una pauta interesante y que no podemos obviar. Sin duda se impone una nueva era económica ante la insuficiencia demostrada por la teoría económica neoliberal. Treinta años (de mucho pesar) han bastado para aclarar a los abanderados de las recetas neoclásicas que su visión global es insostenible. La mano invisible del mercado, con su supuesta autorregulación perfecta, resultó ser tan incierta como el futuro económico global. Hoy nos vemos en la necesidad de mirar hacia el Estado y, sobre todo ellos, de pedir intervenciones millonarias que salven sus arcas.
En momentos como este, con la reciente llegada de un presidente hijo de la crisis a la Casa Blanca, podría ser interesante echar una mirada al neo-keynesianismo. Bajo esta visión teórico-económica la producción dejaría de estar dominada por el interés del mercado (siempre al servicio de los que más posibilidades tienen) y pasaría a enfocarse en inversiones con un mayor sentido social, que permitan crear un clima de igualdad de oportunidades. Hablamos de un nuevo impulso a las acciones redistributivas desde el sector público que germinarían en los terrenos de la educación, salud, vivienda, pensiones, entre otros.
Un impulso integral en esa dirección dejaría ganancias, sobre todo, a las sociedades latinoamericanas, cuyos estados y economías han permanecido casi siempre al servicio del mercado y con esto, han generado una secuela de desigualdades y falta de oportunidades.
Consecuencias estas, que en la última década se han hecho sentir en diversas modalidades de descomposición social. Un Estado que no invierte en sus ciudadanos y ciudadanas no tiene razón de ser.
Esperemos que con el nuevo escenario y la crisis, terminen por darse cuenta de que existen fallas de mercado y se generen ideas que logren dictaminar lo que desde hace tiempo hemos considerado una necesidad: Un modelo económico que garantice un mínimo de calidad de vida para todos.
El economista Joseph E. Stiglitz dijo en una entrevista reciente que “la crisis de Wall Street es para el fundamentalismo de mercado, lo que la caída del muro de Berlín para el comunismo”. Esta frase marca una pauta interesante y que no podemos obviar. Sin duda se impone una nueva era económica ante la insuficiencia demostrada por la teoría económica neoliberal. Treinta años (de mucho pesar) han bastado para aclarar a los abanderados de las recetas neoclásicas que su visión global es insostenible. La mano invisible del mercado, con su supuesta autorregulación perfecta, resultó ser tan incierta como el futuro económico global. Hoy nos vemos en la necesidad de mirar hacia el Estado y, sobre todo ellos, de pedir intervenciones millonarias que salven sus arcas.
En momentos como este, con la reciente llegada de un presidente hijo de la crisis a la Casa Blanca, podría ser interesante echar una mirada al neo-keynesianismo. Bajo esta visión teórico-económica la producción dejaría de estar dominada por el interés del mercado (siempre al servicio de los que más posibilidades tienen) y pasaría a enfocarse en inversiones con un mayor sentido social, que permitan crear un clima de igualdad de oportunidades. Hablamos de un nuevo impulso a las acciones redistributivas desde el sector público que germinarían en los terrenos de la educación, salud, vivienda, pensiones, entre otros.
Un impulso integral en esa dirección dejaría ganancias, sobre todo, a las sociedades latinoamericanas, cuyos estados y economías han permanecido casi siempre al servicio del mercado y con esto, han generado una secuela de desigualdades y falta de oportunidades.
Consecuencias estas, que en la última década se han hecho sentir en diversas modalidades de descomposición social. Un Estado que no invierte en sus ciudadanos y ciudadanas no tiene razón de ser.
Esperemos que con el nuevo escenario y la crisis, terminen por darse cuenta de que existen fallas de mercado y se generen ideas que logren dictaminar lo que desde hace tiempo hemos considerado una necesidad: Un modelo económico que garantice un mínimo de calidad de vida para todos.
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