Por José Carlos Nazario
La frase con que titulamos nuestra entrega de hoy cobró fama en el México de la primera década del siglo XX. Un grupo encabezado por Francisco Madero levantó su voz en contra del autoritarismo personalista de Porfirio Díaz. Tras propagar el mensaje con el slogan que titula nuestro artículo, Madero fue asesinado, lo que dio pie al inicio de la Revolución Mexicana.
En nuestro país se ha mantenido presente durante mucho tiempo la discusión en cuanto al derecho presidencial por optar por un segundo mandato. Ha sido razón de reformas constitucionales múltiples, crisis políticas e incluso enfrentamientos armados en el siglo antepasado. Hoy día la discusión parece venir en camino y se presenta una oportunidad para de una vez por todas llegar a una solución saludable y razonable sobre el tema. Podría acercarse un momento de prueba para la clase dirigente y su capacidad de diálogo.
Hemos visto cuán traumáticos resultan los procesos reeleccionistas; acabamos de salir de uno de estos que dejó un saldo nefasto: Partidos divididos, crisis económica, degradación de los medios políticos (clientelismo y voracidad fiscal), corrupción, en fin, una gama de males que aún nos afectan, pasados tres años. Asimismo, en un pasado menos reciente vivimos los síntomas de las re-postulaciones balagueristas y con mayor pesar las de Rafael Trujillo Molina, cuyas huellas en el pasado y presente son por todos conocidas.
Horacio Vásquez, Ulises Hereaux, Ignacio María González, Santana, Báez, entre otros, han sido presidentes candidatos en nuestro país, dejando un legado de corrupción y degradación política significativo.
El problema reside en la debilidad institucional de nuestro Estado. El entramado jurídico-administrativo carece de la fortaleza para soportar el poder presidencial en campaña. Un presidente, con poderes extraordinarios y buscando ser reelegido usará todos los recursos a su alcance para lograrlo y la realidad es que tiene muchos. Esto, afecta el desempeño institucional y el curso democrático de la nación. El poder presidencial modifica las reglas del juego, resultando una competencia dispar.
En América Latina, donde la mayoría de los países posee figuras políticas semejantes a las nuestras, por similitudes históricas, podemos ver los mismos efectos de la repostulación. Carlos Menem reforma la Constitución de Argentina para conseguir la re-reelección, el resultado es su salida de la Casa Rosada a la cárcel. En Perú, Alberto Fujimori se reelige en múltiples ocasiones y de la casa de gobierno pasa a ser un fugitivo por corrupción. Dos muestras contundentes, viniendo de dos países que han observado sus sistemas democráticos al borde del colapso como producto de estos casos.
El desarrollo alcanzado por Costa Rica no es producto del azar. La prohibición constitucional de la reelección presidencial ha contribuido a la alternabilidad en el poder, con esto, a la distensión institucional y ha permitido los cambios estructurales requeridos para avanzar. Y es que cuando un Presidente es candidato, asume posturas simpáticas que no necesariamente son las más convenientes para el desarrollo del país.
Desde el poder, se organiza un aparato proselitista que somete a funcionarios y ciudadanos, compra conciencias, utiliza fondos estatales para ganar adeptos y desarticula la igualdad de posibilidades de los candidatos que se oponen al presidente.
En varios países de condiciones homogeneas se ha establecido la prohibición constitucional de la reelección presidencial. El resultado ha sido mayor avance y un mejor desenvolvimiento de los partidos políticos y la ciudadanía en general. Esto, porque el Presidente se dedica a gobernar y el candidato a hacer campaña, el resultado es claro, ambos, Presidente y candidato, terminan mejor: Gana el país.
La frase con que titulamos nuestra entrega de hoy cobró fama en el México de la primera década del siglo XX. Un grupo encabezado por Francisco Madero levantó su voz en contra del autoritarismo personalista de Porfirio Díaz. Tras propagar el mensaje con el slogan que titula nuestro artículo, Madero fue asesinado, lo que dio pie al inicio de la Revolución Mexicana.
En nuestro país se ha mantenido presente durante mucho tiempo la discusión en cuanto al derecho presidencial por optar por un segundo mandato. Ha sido razón de reformas constitucionales múltiples, crisis políticas e incluso enfrentamientos armados en el siglo antepasado. Hoy día la discusión parece venir en camino y se presenta una oportunidad para de una vez por todas llegar a una solución saludable y razonable sobre el tema. Podría acercarse un momento de prueba para la clase dirigente y su capacidad de diálogo.
Hemos visto cuán traumáticos resultan los procesos reeleccionistas; acabamos de salir de uno de estos que dejó un saldo nefasto: Partidos divididos, crisis económica, degradación de los medios políticos (clientelismo y voracidad fiscal), corrupción, en fin, una gama de males que aún nos afectan, pasados tres años. Asimismo, en un pasado menos reciente vivimos los síntomas de las re-postulaciones balagueristas y con mayor pesar las de Rafael Trujillo Molina, cuyas huellas en el pasado y presente son por todos conocidas.
Horacio Vásquez, Ulises Hereaux, Ignacio María González, Santana, Báez, entre otros, han sido presidentes candidatos en nuestro país, dejando un legado de corrupción y degradación política significativo.
El problema reside en la debilidad institucional de nuestro Estado. El entramado jurídico-administrativo carece de la fortaleza para soportar el poder presidencial en campaña. Un presidente, con poderes extraordinarios y buscando ser reelegido usará todos los recursos a su alcance para lograrlo y la realidad es que tiene muchos. Esto, afecta el desempeño institucional y el curso democrático de la nación. El poder presidencial modifica las reglas del juego, resultando una competencia dispar.
En América Latina, donde la mayoría de los países posee figuras políticas semejantes a las nuestras, por similitudes históricas, podemos ver los mismos efectos de la repostulación. Carlos Menem reforma la Constitución de Argentina para conseguir la re-reelección, el resultado es su salida de la Casa Rosada a la cárcel. En Perú, Alberto Fujimori se reelige en múltiples ocasiones y de la casa de gobierno pasa a ser un fugitivo por corrupción. Dos muestras contundentes, viniendo de dos países que han observado sus sistemas democráticos al borde del colapso como producto de estos casos.
El desarrollo alcanzado por Costa Rica no es producto del azar. La prohibición constitucional de la reelección presidencial ha contribuido a la alternabilidad en el poder, con esto, a la distensión institucional y ha permitido los cambios estructurales requeridos para avanzar. Y es que cuando un Presidente es candidato, asume posturas simpáticas que no necesariamente son las más convenientes para el desarrollo del país.
Desde el poder, se organiza un aparato proselitista que somete a funcionarios y ciudadanos, compra conciencias, utiliza fondos estatales para ganar adeptos y desarticula la igualdad de posibilidades de los candidatos que se oponen al presidente.
En varios países de condiciones homogeneas se ha establecido la prohibición constitucional de la reelección presidencial. El resultado ha sido mayor avance y un mejor desenvolvimiento de los partidos políticos y la ciudadanía en general. Esto, porque el Presidente se dedica a gobernar y el candidato a hacer campaña, el resultado es claro, ambos, Presidente y candidato, terminan mejor: Gana el país.
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