Nada se hará en ti sin ti, reza una frase que recoge perfectamente la idea de que los cambios son posibles sólo si uno (a) lo desea y trabaja para lograrlos.
El día a día en esta media isla llamada República Dominicana transcurre con conversaciones que se dan en las oficinas, en los vehículos públicos, en los centros de estudios y en los medios de comunicación donde se abordan los principales problemas del país.
La crisis del sector eléctrico, el alto costo de la vida, la pobreza, el incremento de la delincuencia, el retraso del sistema de seguridad social, las deficiencias de los sectores salud y educación, son algunos de los temas principales.
Sin embargo, lo que más llama mi atención es el pesimismo que se descarga en al abordaje de estos temas. Y es que la gran mayoría de las personas, por no decir todas, conciben estos problemas como si fueran eternos. Los dominicanos y las dominicanas no tienen esperanzas en que estos problemas puedan solucionarse, y aunque aparentemente creen en las promesas que cada cuatro años le hacen los políticos de turno, en el fondo no visualizan un futuro mejor.
Así este pueblo se ha resignado, acostumbrado y ven con normalidad vivir entre apagones, corrupción, injusticias, pobreza, abusos de autoridad…en fin deficiencias en materia económica, política y social
¡Esto no lo arregla nadie!, dice el ciudadano y la ciudadana común, y recurren a una práctica individualista por demás en la que tratan de vivir su vida, resolver sus problemas individuales como puedan y obvian los problemas nacionales, seguros y seguras de que nada va a cambiar y que ¡las cosas siempre van a hacer iguales!, o en su defecto cambiarán sólo para peor.
Esta actitud se inscribe dentro de una doctrina filosófica llamada pesimismo, la cual se afana por resaltar lo peor del mundo.
En el pensamiento occidental, esta idea se origina en la cultura greca con el llamado "pesimismo griego" presente en la doctrina del filósofo Hegesias, quien sostenía que “si el bien único es el placer y éste es inalcanzable la vida es absurda”.
Igualmente, Plutarco, historiador griego, refiere, tomada de Aristóteles, la famosa leyenda del Dios griego Sileno, quien declara:
Una vida vivida en el desconocimiento de los propios males es la menos penosa. Es imposible para los hombres que les suceda la mejor de las cosas, ni que puedan compartir la naturaleza de lo que es mejor. Por esto es lo mejor, para todos los hombres y mujeres, no nacer; y lo segundo después de esto —la primera cosa que pueden conseguir los hombres— es, una vez nacidos, morir tan rápido como se pueda. .
Pero la fundamentación más o menos sistémica del pesimismo según algunos teóricos, ocurre en los siglos XIX y XIX con filósofos como Schopenhauer, Mainländer, Eduard von Hartmann, Søren Kierkegaard, Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y Émile Michel Cioran, quienes en sus escritos dejaban entrever matices de un pensamiento pesimista. Aunque para mí esto es discutible.
Cierto trasfondo pesimista también está presente en algunas religiones, las cuales predican que el final de este mundo es la destrucción y que fuera de sus respectivos dioses no hay esperanza alguna.
En el caso nuestro, esta corriente, denominada por algunos sociólogos como “el pesimismo dominicano”, se evidencia en la falta de confianza en que los dominicanos y dominicanas puedan solucionar sus problemas por auto considerarse incapaces de vivir en democracia y de desarrollarse económica y socialmente expandiendo sus libertades.
En el país, esta forma de pensar también inició a finales del siglo XIX y principios del XX y fue promovida por los intelectuales de ese entonces, quienes decepcionado por lo que ellos entendían el fracaso del liberalismo, cayeron en un estado de angustia existencial que les llevó a creer en la “inviabilidad de la nación dominicana”.
Pero este pensamiento nos acompaña desde el mismo proceso de creación de la nación, estando presente en los argumentos de los pro-anexionistas quienes contrariaban a los independentista señalando que no era posible el proyecto de nación independiente y creían más viable ser colonia de algunas de las potencias existentes.
Es precisamente esta doctrina, sumada a la incapacidad de la clase gobernantes para formar instituciones funcionales propias de un Estado nacional, sobre la cual Trujillo monta su régimen y lleva a estos intelectuales a abogar por un proyecto totalitario que termina legitimando el poder despótico.
Hoy día esta doctrina continúa presente y repercute en el pensar y actuar de este pueblo. Una de sus consecuencias directas es la auto desvalorización. Los dominicanos y las dominicanas no valoramos lo propio ni a nosotros mismos y nos percibimos incapaces de controlar las condiciones de nuestro destino y nuestra vida.
Nos visualizamos como un país atrasado e incivilizado, que tiene que recurrir a estándares de excelencia de culturas foráneas “avanzadas”, como las norteamericanas, sobre todo la estadounidense, las europeas y hasta las latinoamericanas, para conseguir el progreso.
Esto evidencia una débil apreciación de nosotros mismos, una auto negación de nuestras propias características que se refleja, por ejemplo, en que nuestros estándares de belleza no se corresponde con lo criollo, sino que obedecen a patrones foráneos. Patrones estos que pueden ser observados a través de los prototipos y estereotipos presentes en los medios de comunicación.
Una consecuencia directa de este pesimismo es la constitución del “complejo de la externalidad” o lo que coloquialmente se conoce como “Complejo de Guacanagarix”, que establece la creencia de que todo lo que viene de fuera es bueno y que sólo lo del exterior sirve.
Demás esta decir que este complejo fomenta la dependencia, y atribuye el control del destino de los dominicanos a instancias externas como el gobierno, en el plano político, un dios, un santo o una virgen, en lo religiosos y los norteamericanos o europeos, en un ámbito supranacional.
Otra consecuencia de esta doctrina es que la posibilidad de progreso no se concibe en el país. De ahí que la sociedad dominicana sea una de las principales expulsoras de migrantes pues nuestros compatriotas prefieren irse del país, aunque sea a realizar labores domésticas, pues aseguran que así tienen mayores posibilidades de avanzar.
Este rasgo de externalidad se presenta también en la desconfianza respecto a la vida democrática, considerándola como un modelo posible sólo en sociedades extranjeras y civilizadas, no en República Dominicana, donde lo único viable es lo despótico, el autoritarismo, “la mano dura”.
De aquí que el pueblo dominicano desconozca, salvo contadas excepciones, el fiel ejercicio de la democracia, la cual se ve manchada por el paternalismo, el clientelismo y prácticas autoritarias promovidas por la clase gobernante bajo el entendido de que la única forma de que un pueblo ignorante como este avance es usando la fuerza.
Por eso todavía hoy, a 45 años después de la desaparición física del trujillato, hay quienes viven rememorando y anhelando esos tiempos, predicando que “!aquí hace falta una mano dura!”.
Eliminar el pesimismo de los dominicanos constituye uno de nuestros retos como nación, ya que el mismo se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo del país pues nos concebimos como una nación sin la posibilidad ni el derecho a la adquisición de capacidades y a opciones de mayor crecimiento y libertad.
Pero no se trata de ser optimista per se, sino de una vez identificada la tétrica realidad a que han llevado y mantiene sumergido al pueblo dominicano, y conocidas las causas, las cuales son provocadas y no espontánea, mantener un espíritu de lucha y no resignarnos sino ver cuales aportes podemos hacer para la mejoría colectiva de los dominicanos y las dominicanas.
Este fin de año recibámoslo cargados de optimismo. Con la creencia de que un nuevo país es necesario y posible, pero que la materialización de esta posibilidad depende sólo de nosotras y nosotros mismos.
El día a día en esta media isla llamada República Dominicana transcurre con conversaciones que se dan en las oficinas, en los vehículos públicos, en los centros de estudios y en los medios de comunicación donde se abordan los principales problemas del país.
La crisis del sector eléctrico, el alto costo de la vida, la pobreza, el incremento de la delincuencia, el retraso del sistema de seguridad social, las deficiencias de los sectores salud y educación, son algunos de los temas principales.
Sin embargo, lo que más llama mi atención es el pesimismo que se descarga en al abordaje de estos temas. Y es que la gran mayoría de las personas, por no decir todas, conciben estos problemas como si fueran eternos. Los dominicanos y las dominicanas no tienen esperanzas en que estos problemas puedan solucionarse, y aunque aparentemente creen en las promesas que cada cuatro años le hacen los políticos de turno, en el fondo no visualizan un futuro mejor.
Así este pueblo se ha resignado, acostumbrado y ven con normalidad vivir entre apagones, corrupción, injusticias, pobreza, abusos de autoridad…en fin deficiencias en materia económica, política y social
¡Esto no lo arregla nadie!, dice el ciudadano y la ciudadana común, y recurren a una práctica individualista por demás en la que tratan de vivir su vida, resolver sus problemas individuales como puedan y obvian los problemas nacionales, seguros y seguras de que nada va a cambiar y que ¡las cosas siempre van a hacer iguales!, o en su defecto cambiarán sólo para peor.
Esta actitud se inscribe dentro de una doctrina filosófica llamada pesimismo, la cual se afana por resaltar lo peor del mundo.
En el pensamiento occidental, esta idea se origina en la cultura greca con el llamado "pesimismo griego" presente en la doctrina del filósofo Hegesias, quien sostenía que “si el bien único es el placer y éste es inalcanzable la vida es absurda”.
Igualmente, Plutarco, historiador griego, refiere, tomada de Aristóteles, la famosa leyenda del Dios griego Sileno, quien declara:
Una vida vivida en el desconocimiento de los propios males es la menos penosa. Es imposible para los hombres que les suceda la mejor de las cosas, ni que puedan compartir la naturaleza de lo que es mejor. Por esto es lo mejor, para todos los hombres y mujeres, no nacer; y lo segundo después de esto —la primera cosa que pueden conseguir los hombres— es, una vez nacidos, morir tan rápido como se pueda. .
Pero la fundamentación más o menos sistémica del pesimismo según algunos teóricos, ocurre en los siglos XIX y XIX con filósofos como Schopenhauer, Mainländer, Eduard von Hartmann, Søren Kierkegaard, Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y Émile Michel Cioran, quienes en sus escritos dejaban entrever matices de un pensamiento pesimista. Aunque para mí esto es discutible.
Cierto trasfondo pesimista también está presente en algunas religiones, las cuales predican que el final de este mundo es la destrucción y que fuera de sus respectivos dioses no hay esperanza alguna.
En el caso nuestro, esta corriente, denominada por algunos sociólogos como “el pesimismo dominicano”, se evidencia en la falta de confianza en que los dominicanos y dominicanas puedan solucionar sus problemas por auto considerarse incapaces de vivir en democracia y de desarrollarse económica y socialmente expandiendo sus libertades.
En el país, esta forma de pensar también inició a finales del siglo XIX y principios del XX y fue promovida por los intelectuales de ese entonces, quienes decepcionado por lo que ellos entendían el fracaso del liberalismo, cayeron en un estado de angustia existencial que les llevó a creer en la “inviabilidad de la nación dominicana”.
Pero este pensamiento nos acompaña desde el mismo proceso de creación de la nación, estando presente en los argumentos de los pro-anexionistas quienes contrariaban a los independentista señalando que no era posible el proyecto de nación independiente y creían más viable ser colonia de algunas de las potencias existentes.
Es precisamente esta doctrina, sumada a la incapacidad de la clase gobernantes para formar instituciones funcionales propias de un Estado nacional, sobre la cual Trujillo monta su régimen y lleva a estos intelectuales a abogar por un proyecto totalitario que termina legitimando el poder despótico.
Hoy día esta doctrina continúa presente y repercute en el pensar y actuar de este pueblo. Una de sus consecuencias directas es la auto desvalorización. Los dominicanos y las dominicanas no valoramos lo propio ni a nosotros mismos y nos percibimos incapaces de controlar las condiciones de nuestro destino y nuestra vida.
Nos visualizamos como un país atrasado e incivilizado, que tiene que recurrir a estándares de excelencia de culturas foráneas “avanzadas”, como las norteamericanas, sobre todo la estadounidense, las europeas y hasta las latinoamericanas, para conseguir el progreso.
Esto evidencia una débil apreciación de nosotros mismos, una auto negación de nuestras propias características que se refleja, por ejemplo, en que nuestros estándares de belleza no se corresponde con lo criollo, sino que obedecen a patrones foráneos. Patrones estos que pueden ser observados a través de los prototipos y estereotipos presentes en los medios de comunicación.
Una consecuencia directa de este pesimismo es la constitución del “complejo de la externalidad” o lo que coloquialmente se conoce como “Complejo de Guacanagarix”, que establece la creencia de que todo lo que viene de fuera es bueno y que sólo lo del exterior sirve.
Demás esta decir que este complejo fomenta la dependencia, y atribuye el control del destino de los dominicanos a instancias externas como el gobierno, en el plano político, un dios, un santo o una virgen, en lo religiosos y los norteamericanos o europeos, en un ámbito supranacional.
Otra consecuencia de esta doctrina es que la posibilidad de progreso no se concibe en el país. De ahí que la sociedad dominicana sea una de las principales expulsoras de migrantes pues nuestros compatriotas prefieren irse del país, aunque sea a realizar labores domésticas, pues aseguran que así tienen mayores posibilidades de avanzar.
Este rasgo de externalidad se presenta también en la desconfianza respecto a la vida democrática, considerándola como un modelo posible sólo en sociedades extranjeras y civilizadas, no en República Dominicana, donde lo único viable es lo despótico, el autoritarismo, “la mano dura”.
De aquí que el pueblo dominicano desconozca, salvo contadas excepciones, el fiel ejercicio de la democracia, la cual se ve manchada por el paternalismo, el clientelismo y prácticas autoritarias promovidas por la clase gobernante bajo el entendido de que la única forma de que un pueblo ignorante como este avance es usando la fuerza.
Por eso todavía hoy, a 45 años después de la desaparición física del trujillato, hay quienes viven rememorando y anhelando esos tiempos, predicando que “!aquí hace falta una mano dura!”.
Eliminar el pesimismo de los dominicanos constituye uno de nuestros retos como nación, ya que el mismo se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo del país pues nos concebimos como una nación sin la posibilidad ni el derecho a la adquisición de capacidades y a opciones de mayor crecimiento y libertad.
Pero no se trata de ser optimista per se, sino de una vez identificada la tétrica realidad a que han llevado y mantiene sumergido al pueblo dominicano, y conocidas las causas, las cuales son provocadas y no espontánea, mantener un espíritu de lucha y no resignarnos sino ver cuales aportes podemos hacer para la mejoría colectiva de los dominicanos y las dominicanas.
Este fin de año recibámoslo cargados de optimismo. Con la creencia de que un nuevo país es necesario y posible, pero que la materialización de esta posibilidad depende sólo de nosotras y nosotros mismos.
Nunca es tarde para comentar, realmente he leído el texto, y lo he analizado meticulosamente y digo que no tiene desperdicio alguno. El Dominicano siempre tendrá ese pensamiento pesimista de que necesita irse a otro lugar para "crecer" aquí tenemos todo, simplemente hemos dejado arrebatar de nuestras manos como si fuéramos simples niños.
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