Por Millizen Uribe
Muchas personas entienden que el hecho de que en unos países, algunas mujeres hayan llegado a la presidencia o el que hoy día la mujer también participe del mercado laboral significa que ya la demandada equidad de género se ha logrado.
Pero si observamos la participación de las mujeres en distintos renglones de la sociedad nos daremos cuentas que todavía quedan muchas barreras por derribar y que la participación de las mujeres en los distintos ámbitos de la vida, no ha garantizado su reconocimiento ni tampoco mejoras en su calidad de vida, pues todavía persisten en un grado muy preocupantes desigualdades económicas y sociales entre hombres y mujeres.
Y es que si bien es cierto que la mujer dominicana ha obtenido una presencia más visible dentro de la sociedad y logrado algunas conquistas, no es menos cierto que todavía quedan muchos obstáculos que impiden que su participación se de en los mismos términos que la de los hombres y que sea igualmente valorada.
De hecho, uno de los problemas que enfrentan las mujeres hoy, específicamente las de clase media y baja, es que su participación en el mercado laboral, no se traduce en una disminución de la carga doméstica, que arbitrariamente se asume le corresponde a ella, sino que aunque la mujer trabaje y aporte económicamente tanto o más que el hombre, los oficios domésticos, con muy pocas excepciones, sólo los desempeña ella.
Además, en el plano laboral, sus opciones son más estrechas, pues le conceden los trabajos de menor categoría, y obtienen sueldos menores que los hombres desempeñando el mismo trabajo.
En el caso de la política partidaria, las mujeres tienen acceso limitado a las posiciones de influencia y poder. Ellas sólo desempeñan puestos simbólicos, ya que llegan a ser vice sindicas y vice presidentas, pero no alcanzan los primeros puestos. Son muy pocas las que obtienen las posiciones de diputadas y senadoras, y muchas veces las usan para rellenar y aparentar equidad. En el tren gubernamental sólo se les asigna secretarías de educación o de ejecutorias sociales, mientras que otras claves como finanzas, fuerzas armadas, etc. son reservadas para los hombres.
En el plano de la salud, sabemos que el actual sistema es deficiente para todos y todas, pero es peor en el caso de las mujeres, pues las cifras de mortalidad materna y las diferencias en la cobertura del régimen llaman a preocupación.
Además, los derechos sexuales y reproductivos de la mujer están ausentes de las legislaciones, porque algunos sectores creen que no son necesarios. Todavía la visión de la mujer dominicana se limita a su rol de madre, y no se ve a la mujer como un ser integral que tiene derecho a disfrutar de su sexualidad y a decidir sobre su cuerpo, sin que esto la haga menos digna.
Por otra parte, aunque el plano educativo es uno donde la conquista es mayor, debido a que en las aulas dominicanas, tanto a nivel primario, secundario como universitario, la matricula femenina es más alta que la de los hombres, también en este hay conquistas pendientes.
En carreras asociadas al perfil masculino, como las ingenierías, se ha incrementado la población femenina, pero todavía la participación de las mujeres es limitada.
Un aspecto a destacar es la participación en los grupos estudiantiles, en los que todavía hay muchos mitos ya que se cree que la participación en estos movimientos está reservada para los hombres.
Además, las pocas mujeres que hay sólo son usadas para labores de segunda mano. Un ejemplo es que todavía ninguna mujer ha dirigido la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), aunque la población femenina en la UASD supera la de los hombres, y ya llega al 62 %. Actualmente en su Consejo Directivo sólo hay hombres.
Otro plano que representa un desafió es el religioso, y es que en pleno siglo XXI, religiones e iglesias, como por ejemplo la católica, mantienen una gran desigualdad al reservar labores como el papado y el sacerdocio para los hombres.
Por eso, la lucha para derribar estas barreras y construir la equidad de género sigue siendo una tarea pendiente de hombres y mujeres, ya que los beneficios de una sociedad equitativa no son sólo de las mujeres, sino también de los hombres. Sin embargo, lograr la ansiada equidad de género se hace imposible sin una equidad económica, sin una transformación social ni un cambio de pensamiento y conducta en los hombres, pero también en las mismas mujeres.
Y es que la desigualdad de género está directa e implícitamente a la desigualdad económica. Esto es lo expresó muy bien Camila Henríquez Ureña, filosofa y educadora dominicana, en una conferencia pronunciada en la Institución Hispano- Cubana de Cultura el 25 de julio de 1939, en la que dijo:
“Cuando la mujer haya logrado su emancipación económica verdadera; cuando haya desaparecido por completo la situación que la obliga a prostituirse en el matrimonio de interés o en la venta pública de sus favores; cuando los prejuicios que pesan sobre su conducta sexual hayan sido destruidos por la decisión de cada mujer de manejar su vida; cuando las mujeres se hayan acostumbrado al ejercicio de la libertad y los varones hayan mejorado su detestable educación sexual; cuando se viva días de nueva libertad y de paz, y a través de muchos tanteos se halle manera de fijar las nuevas bases de unión entre el hombre y la mujer, entonces se dirán palabras decisivas sobre esta compleja cuestión. Pero nosotros no oiremos esas palabras. La época que nos toca vivir es la de derribar barreras, de franquear obstáculos, de demoler para que se construya luego, en todos los aspectos, la vida de relación entre los seres humanos”.
Muchas personas entienden que el hecho de que en unos países, algunas mujeres hayan llegado a la presidencia o el que hoy día la mujer también participe del mercado laboral significa que ya la demandada equidad de género se ha logrado.
Pero si observamos la participación de las mujeres en distintos renglones de la sociedad nos daremos cuentas que todavía quedan muchas barreras por derribar y que la participación de las mujeres en los distintos ámbitos de la vida, no ha garantizado su reconocimiento ni tampoco mejoras en su calidad de vida, pues todavía persisten en un grado muy preocupantes desigualdades económicas y sociales entre hombres y mujeres.
Y es que si bien es cierto que la mujer dominicana ha obtenido una presencia más visible dentro de la sociedad y logrado algunas conquistas, no es menos cierto que todavía quedan muchos obstáculos que impiden que su participación se de en los mismos términos que la de los hombres y que sea igualmente valorada.
De hecho, uno de los problemas que enfrentan las mujeres hoy, específicamente las de clase media y baja, es que su participación en el mercado laboral, no se traduce en una disminución de la carga doméstica, que arbitrariamente se asume le corresponde a ella, sino que aunque la mujer trabaje y aporte económicamente tanto o más que el hombre, los oficios domésticos, con muy pocas excepciones, sólo los desempeña ella.
Además, en el plano laboral, sus opciones son más estrechas, pues le conceden los trabajos de menor categoría, y obtienen sueldos menores que los hombres desempeñando el mismo trabajo.
En el caso de la política partidaria, las mujeres tienen acceso limitado a las posiciones de influencia y poder. Ellas sólo desempeñan puestos simbólicos, ya que llegan a ser vice sindicas y vice presidentas, pero no alcanzan los primeros puestos. Son muy pocas las que obtienen las posiciones de diputadas y senadoras, y muchas veces las usan para rellenar y aparentar equidad. En el tren gubernamental sólo se les asigna secretarías de educación o de ejecutorias sociales, mientras que otras claves como finanzas, fuerzas armadas, etc. son reservadas para los hombres.
En el plano de la salud, sabemos que el actual sistema es deficiente para todos y todas, pero es peor en el caso de las mujeres, pues las cifras de mortalidad materna y las diferencias en la cobertura del régimen llaman a preocupación.
Además, los derechos sexuales y reproductivos de la mujer están ausentes de las legislaciones, porque algunos sectores creen que no son necesarios. Todavía la visión de la mujer dominicana se limita a su rol de madre, y no se ve a la mujer como un ser integral que tiene derecho a disfrutar de su sexualidad y a decidir sobre su cuerpo, sin que esto la haga menos digna.
Por otra parte, aunque el plano educativo es uno donde la conquista es mayor, debido a que en las aulas dominicanas, tanto a nivel primario, secundario como universitario, la matricula femenina es más alta que la de los hombres, también en este hay conquistas pendientes.
En carreras asociadas al perfil masculino, como las ingenierías, se ha incrementado la población femenina, pero todavía la participación de las mujeres es limitada.
Un aspecto a destacar es la participación en los grupos estudiantiles, en los que todavía hay muchos mitos ya que se cree que la participación en estos movimientos está reservada para los hombres.
Además, las pocas mujeres que hay sólo son usadas para labores de segunda mano. Un ejemplo es que todavía ninguna mujer ha dirigido la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), aunque la población femenina en la UASD supera la de los hombres, y ya llega al 62 %. Actualmente en su Consejo Directivo sólo hay hombres.
Otro plano que representa un desafió es el religioso, y es que en pleno siglo XXI, religiones e iglesias, como por ejemplo la católica, mantienen una gran desigualdad al reservar labores como el papado y el sacerdocio para los hombres.
Por eso, la lucha para derribar estas barreras y construir la equidad de género sigue siendo una tarea pendiente de hombres y mujeres, ya que los beneficios de una sociedad equitativa no son sólo de las mujeres, sino también de los hombres. Sin embargo, lograr la ansiada equidad de género se hace imposible sin una equidad económica, sin una transformación social ni un cambio de pensamiento y conducta en los hombres, pero también en las mismas mujeres.
Y es que la desigualdad de género está directa e implícitamente a la desigualdad económica. Esto es lo expresó muy bien Camila Henríquez Ureña, filosofa y educadora dominicana, en una conferencia pronunciada en la Institución Hispano- Cubana de Cultura el 25 de julio de 1939, en la que dijo:
“Cuando la mujer haya logrado su emancipación económica verdadera; cuando haya desaparecido por completo la situación que la obliga a prostituirse en el matrimonio de interés o en la venta pública de sus favores; cuando los prejuicios que pesan sobre su conducta sexual hayan sido destruidos por la decisión de cada mujer de manejar su vida; cuando las mujeres se hayan acostumbrado al ejercicio de la libertad y los varones hayan mejorado su detestable educación sexual; cuando se viva días de nueva libertad y de paz, y a través de muchos tanteos se halle manera de fijar las nuevas bases de unión entre el hombre y la mujer, entonces se dirán palabras decisivas sobre esta compleja cuestión. Pero nosotros no oiremos esas palabras. La época que nos toca vivir es la de derribar barreras, de franquear obstáculos, de demoler para que se construya luego, en todos los aspectos, la vida de relación entre los seres humanos”.
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