Por: José Carlos Nazario
Con el histrionismo acostumbrado acompaña la igualmente practicada búsqueda de protagónica presencia. Estamos de acuerdo, los ciudadanos queremos que los políticos, con o sin sotana, nos dejen en paz.
Pero no puede haber paz en un régimen donde la gran mayoría de los ciudadanos tiene limitaciones serias en la satisfacción de sus necesidades básicas.
Jamás puede considerarse libre quien tiene la obligación de delinquir como medio de sobrevivencia. Delinque quien promueve ese orden de cosas, desde arriba, como quien actúa desde abajo.
Sin embargo, de espaldas a esa realidad y haciendo galas de su privilegiada posición económica, política y social, hay quienes se atreven a pedir que “nos dejen rezar en paz”.
Rezar, en los asientos de cuero lustroso de una jeepeta, es fácil. Lo difícil es hacerlo en la barriada, en la cañada, en el callejón, en los rincones oscuros donde no llega dios. La vida, mas allá de atuendos estrafalarios y relaciones distorsionadas de poder, es dura para los dominicanos.
Paz, para ejercer la ciudadanía como el país merece, sin ladridos de un lado y otro, sin purpúreas condenas en los medios de comunicación, es lo que necesitamos.
No requerimos voces que se autoproclaman nuestras, siendo ajenas. Los dominicanos y dominicanas queremos, simplemente, que nos dejen ejercer la libertad que tanto nos costó, como corresponde.
Sumado al coro de epítetos y profusiones vacías, el prelado no propone ni presiona para las cuestiones que realmente interesan a sus feligreses, admite transgresiones corruptas y calla. Pero, al promover la hipocresía y el atraso, demuestra la omnipresencia heredada del altísimo. Por favor, déjennos avanzar en paz.
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